Algunas reflexiones sobre el vandalismo escolar

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Hay una situación que se repite en forma alarmante en las escuelas públicas de la ciudad de Rosario y en algunas localidades del interior en menor medida. Se trata de situaciones de robo en éstas y aún más, de destrucción de sus muebles, elementos didácticos y edificios.

La institución escolar, a pesar de ser el lugar desde donde se continúan transmitiendo los valores que hacen a una ciudadanía responsable y que salvaguarda los elementos básicos de la identidad nacional, ha perdido para una gran parte de la población el prestigio que la hacía intocable y respetada.

Los mismos docentes deben atender continuamente el reclamo de padres que, frente a situaciones graves en la conducta de sus hijos, no se hacen cargo y desautorizan a aquellos que deben ser sus formadores, minando así la base de lo que debiera ser el límite de contención de éstas e impidiendo las soluciones consensuadas con la familia para encaminar a los jóvenes hacia proyectos de vida con visión de futuro.

De este modo la escuela pasó de ser formadora de las nuevas generaciones a contenedora de la realidad inmediata de generaciones cada vez más problemáticas. Generaciones para las que sólo tiene valor lo presente, lo que no requiere esfuerzo, lo que se obtiene por dádivas y que, por lo tanto, deja de tener valor por sí mismo.

Dentro de esta desvalorización-¿o nueva escala de valores negativos?-se incluye a la escuela como institución. Lo público deja de ser respetable porque como es de todos no es de nadie, por lo tanto no hay obligación de cuidarlo y puede ser objeto de robo o vandalismo tanto para satisfacer necesidades que la sociedad de consumo impone, como una expresión de enojo o conductas insociables.  Agreguemos la falta de interés por el trabajo o por el esfuerzo, las adicciones, y una visualización que sobre el delito, realizan algunos medios de comunicación a través de programas que pretenden mostrarlo como una realidad de la sociedad actual, y como una solución para la obtención de medios económicos, haciendo indirectamente apología del mismo. 
Cabría preguntarnos como padres qué modelos estamos permitiendo- consciente o inconscientemente- para nuestros hijos, qué valores les estamos presentando como ejemplos a seguir y qué acompañamiento hacemos de su educación desde la familia a la tarea que desarrollan con ellos los docentes. 
El vandalismo escolar va a continuar, a pesar del esfuerzo de las autoridades y de las comunidades escolares, a pesar de las denuncias en los medios de comunicación y de la preocupación de muchas familias, mientras la ciudadanía no tome conciencia de qué ejemplo de conducta social está permitiendo para quienes son los habitantes del futuro. 
Haydée Norma Podestá de la Federación de Cooperadoras Escolares de Rosario

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