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El capital social
 
Por el Dr. Luis María Gabancho 
      
 Pocos años atrás, el influyente pensador norteamericano Francis Fukuyama destacaba en su libro "El fin de la historia" que una etapa esencial de la humanidad estaba concluyendo, en tanto un nuevo orden mundial, liderado por el pensamiento norteamericano, comenzaba a alumbrar.

Estados Unidos, como bien expresara el escritor José Donoso, no es solamente un único país ni tampoco un estilo monolítico de pensamiento. En Estados Unidos conviven varios países y diferentes visiones a la vez, como las que representan Noam Chomsky (un crítico implacable de los defectos y excesos que devienen de la Globalización) y el propio Fukuyama (situado en las antípodas de Chomsky).

Pensando en la crisis que atraviesa actualmente la Argentina y parafraseando a Fukuyama, nos preguntamos, actuando como caja de resonancia de la inquietud de algunos, si no hemos llegado al momento final de los sueños que nuestros antepasados recientes, y nosotros mismos, supimos tener sobre la patria que nos une.

Nunca más que ahora, en este despertar de nuevo siglo, las paradojas cobran vida y desdicen los deseos atesorados: el sueño de grandeza de la Argentina no se ha cumplido. Y lo que es aún peor, la desesperanza ha ganado el corazón de los argentinos. Desesperanza implica, es menester precisarlo, un futuro incierto y que incluye a todos, y desde ya a los mayores (quienes ya están jubilados y especialmente quienes lo estarán en los próximos años y habrán de compartir los magros ingresos y prestaciones que poseen aquéllos) como a los más jóvenes (quienes sin haber concluido aún sus estudios universitarios, cuando han tenido la fortuna de llegar a esta instancia, engrosan las colas ante las embajadas en busca de un futuro que no encuentran en su lugar de origen).

La situación es particularmente grave y dolorosa. Mucho más porque la lógica económica -sustentada en la competencia y en el mercado- ha arrinconado sin piedad a la lógica social -cuyas banderas de igualdad y solidaridad resisten en desventaja, aunque sin claudicar-.

No es bueno, precisamente, que la brecha que separa ambas lógicas haya crecido tanto, comprometiendo los requisitos sobre los cuales descansa el presupuesto democrático.

Sin embargo, a pesar de los poderosos destellos del Capital Económico, que llegan por momentos a enceguecernos, otra luz no menos poderosa, la que se ha dado en llamar Capital Social, no deja de atraernos.

El Capital Social es el conjunto de relaciones espontáneas que generan las personas de una comunidad, de la sociedad, para ayudar a otros y ayudarse a sí mismos frente a los múltiples retos y amenazas que se suceden.

Importa decir que hablamos de Capital Social y no de riqueza social o bienes sociales por cuanto entendemos que el Capital Social implica una relación no lineal entre lo que genera o crea la lógica social y lo que resta o detrae la lógica económica.

El Capital Social son las cooperativas, las sociedades de fomento, las cooperadoras escolares, las fundaciones que luchan contra las enfermedades y el hambre, los clubes barriales, las mutuales, las innumerables asociaciones civiles y Organizaciones con Fines Sociales existentes que atienden tanto a discapacitados y excluidos como a víctimas de accidentes y de fenómenos climáticos. El Capital Social es también el grupo de iglesias que día a día sirven almuerzos a los indigentes, como asimismo, son las personas que apartan de la calle a niños atravesados por el desamparo y carentes de todo amor.

El Capital Social se configura en el llamado Tercer Sector o Sector Social, también denominado Sector no Lucrativo.

En la Argentina no existen estadísticas acerca de la significación de este sector esencial, aún cuando se estima que su crecimiento en los últimos años ha sido explosivo.

Al ser los aportes mayoritariamente intangibles -entrega de tiempo y de trabajo no remunerado- la medición se hace incuestionablemente dificultosa. Es difícil, sin duda, mensurar lo que no se puede tocar o ver, a pesar de los cambios trascendentes y comprobables que se llevan a cabo mediante su aporte.

Si bien los índices de Argentina estarían por debajo de los que se estiman para los países de desarrollo avanzado, se cree que bastante más de un cinco por ciento de la población realiza trabajos voluntarios de diversa índole, en tanto que cerca de medio millón de personas estaría actualmente empleada con remuneración variable dentro del sector.

El tema ha cobrado tamaña significación como para impulsar a las Naciones Unidas a declarar el próximo año 2001 como año internacional del voluntariado.

El Capital Social es, por cierto, una gigantesca red de relaciones basadas en la solidaridad. Y no podemos olvidar que ésta es la sustancia principal que anima a las Organizaciones con Fines Sociales, cualesquiera sean sus objetivos y sus características específicas.

No creemos por tanto, a pesar de la desesperanza generalizada, que estemos al final de los sueños en los que creyeron nuestros padres. Aún es tiempo de recrear otras utopías, las que corresponden a los nuevos y difíciles tiempos que nos han tocado vivir.

Extraído de Mundo Solidario: El periódico de las organizaciones con fines sociales


 
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